Nos importa tu punto de vista
25/11/2018
Lorenzo Correa Lloreda
"Usar y tirar, en nuestra época, ya es un hábito. Muy contaminante, por cierto. Lo que muchos no advierten, es que este hábito ayuda a que abunden las noticias catastrofistas sobre el futuro del agua."
¿Noticias catastrofistas? Revisemos las más interesantes del verano pasado, porque además del drama de los plásticos en el mar, recurrente asunto que vende mucho, se habla de más cosas terribles:
• Inundaciones en India y China, con monzones que han traído lluvias desbocadas, centenares de víctimas, miles de desplazados.
• Incendios forestales en California. Lo que faltaba en ese estado useño para garantizar agua “bendita” y mansa.
• Sequía en Alemania.
• Toallitas húmedas, el monstruo de las depuradoras.
• En Italia y en Tailandia, la avenida encuentra víctimas en una gruta o en un torrente.
• El cambio climático es trending topic, el seguro recolector de “likes” en las redes.
• Y, ”last but not least”, el nuevo desastre anunciado: el negativo efecto sobre el medio de las lentillas desechables.
Vamos con lo de usar y tirar… ¡hasta las lentillas!
Se exponen públicamente las incertidumbres del futuro del agua. El efecto mediático es en parte demoledor, porque genera desconfianza. Aunque también es en parte beneficioso, porque estimula la alerta, temprana o tardía y nos hace a todos más cautelosos. Pero es imprescindible el equilibrio entre desconfianza y alerta. Ahí es donde interviene la capacidad de seducción del gestor público. Porque los desastrólogos venden, es indudable. Solo hay que buscar un culpable poco hábil para defenderse y enviarle la caballería, la artillería, la aviación y la armada.
Nosotros, por aquello del coaching y la seducción aplicadas a la gestión del agua, preferimos no señalar, de entrada, a nada ni a nadie con el dedo. Siempre nos gusta recordar que somos muchas personas en el mundo. Y estamos muy mal repartidos. Y consumimos sin tasa. Usar y tirar es el hábito de moda. Dependemos de las modas.
Mejor no culpar directamente a nadie, solo incidir en que las soluciones son más sencillas (o no), de lo que parecen, porque en buena parte, están en nuestras manos.
Acción individual desde la seducción administrativa y mediática. Esa es una buena solución. Residir donde no llegue el agua. Si no hay más remedio, saber por dónde salir y estar preparados para ello. Hacer turismo sabiendo donde estamos y respetando a la naturaleza. Ella no se portará mejor si estamos allí. Consumir responsablemente. Usar y tirar menos. Y, paralelamente, exigir a la administración lo que haga falta. Para que los impuestos que pagamos vayan resolviendo carencias de infraestructuras y manteniendo las existentes. En tercer lugar, ser honrados y temerosos de Dios (o de la naturaleza para los no creyentes). En el fondo, es lo mismo.
Las lentillas, tan de moda hace unos meses, también son de usar y tirar y acaban siendo un residuo, como el plástico. Habrá que decir algo al respecto. Porque todos los grandes portales mediáticos hidráulicos, ya recogieron entonces este tema en sus noticieros. Y a nosotros, nos agrada echar nuestro cuarto a espadas, desde nuestra perspectiva del coaching aplicado a la gestión del agua. Pero un poco distanciados de las urgencias televisivas del ahora mismo.
¿Cómo son las cosas? Cuenta Humberto Maturana que Carl Auer decía, cuando se le contradecía: "Las cosas no son como son, y de hecho, incluso cuando son como son no lo son." Después de esto mi madre agregaba por su cuenta: "Sean lo que sean las cosas, incluso cuando son y no son lo que son, son tu responsabilidad."
A las cosas del agua, les pasa lo mismo. Unos las ven de una manera y otros de otra. Como si fueran de usar y tirar. Para unos que las personas transiten por rutas salvajes es bueno y saludable, porque estimula el nivel de vida de los indígenas y amplía el conocimiento del mundo natural y la sensibilidad del visitante aventurero. Para otros, hay que predecir tormentas de verano y prohibir el acceso a cauces de gran pendiente cuando haya riesgo. Sea lo que sea, cuando son y no son así, lo que te ocurra es tu responsabilidad. Al menos en parte. Y esa parte hay que tenerla siempre en cuenta.
Usar y tirar. Podemos no usar tantos plásticos o lentillas desechables. O usarlos menos. No es complicado dejarlos en el sitio adecuado cuando no los necesitamos más. Esa es nuestra responsabilidad. Con las lentillas, también.
Por su pendiente natural, el cauce natural, el canal o la tubería que funciona por gravedad, han sido desde siempre la alcantarilla natural de los seres humanos. Dejar algo que ya no sirve en uno de estos vehículos del agua, significaba despedirnos del estorbo en casa para siempre. El problema no desparecía, sino que se trasladaba más abajo, a la depuradora, con el límite de traslado en el río y en el mar. En nuestra avanzada sociedad, procuramos no hacer esto ya en los ríos, pero lo seguimos haciendo con los desagües de nuestros domicilios. Es lo más sencillo y una vez hecho, como no lo vemos más cerca de nosotros, ojos que no ven, corazón que no siente.
Esto pasa también con las lentillas. Tirarlas por el desagüe una vez usadas, es nuestra responsabilidad. Y la mayoría son de un solo uso, ¡diario! Con las toallitas pasa igual y los medios hablan del “monstruo de las toallitas”, que vive en el zoológico de las depuradoras. Lo seductor es conseguir que pensemos no tanto en el monstruo o en la capacidad de eliminación de la planta, sino en quienes lo alimentan. Responsabilidad.
Pues bien, este verano ya nos avisaron de la afección contaminadora al medio que supone la presencia en él de microplásticos generados por la costumbre de tirar las lentillas por el desagüe. Usar y tirar, triste costumbre.
Este aviso se basa en datos elaborados para suplir la falta absoluta de información que había sobre el tema hasta hora. Señalan que uno de cada cinco usuarios useños, aunque su vista no sea excelente, sí tienen la suficiente como para eliminar por desagües o inodoros sus lentillas. Como hay unos 45 millones que las usan, son nueve millones las que se van de casa por ese medio. Hasta diez mil kilos de lentes flotando en aguas grises o residuales y acabando en una planta depuradora y en el río o en el mar. Al ser su densidad superior a la del agua se hunden y pueden ser ingeridas por ictiofauna profunda. Ya tenemos microplásticos en nuestra cocina. Las lentillas vuelven a casa dentro del besugo que nos comemos los domingos. Aunque no las veamos. Consecuencias de usar y tirar.
El reciclaje con las lentillas también es problemático. Su transparencia y su composición, hacen difícil su gestión en una depuradora. No contienen el polipropileno que forma parte de casi todo lo plástico, sino metacrilato de metilo, siliconas y fluoropolímeros. Necesitan esta composición para asegurar que el oxígeno llegue al ojo. Y esa virtud indudable para el usuario, es un defecto para su tratamiento en la planta depuradora.
Así las cosas, comprobamos como la decisión de eliminar por la vía más rápida y cómoda las lentillas en nuestra casa, provoca afecciones en cadena. Una acción poco responsable, genera problemas que son los que después se publicitan en los medios. Cuando lo leemos, tendemos a quejarnos de lo mal que funcionan las depuradoras. Y nos olvidamos de nuestra actitud poco responsable. Por eso Auer, recuerden, decía que: "Las cosas no son como son, y de hecho, incluso cuando son como son no lo son." Y la mamá de Humberto Maturana, aludía a la responsabilidad.
Para saber a ciencia cierta lo que les pasa a las lentillas en la planta, se investiga. Y en la investigación, se les dieron de comer cinco polímeros de lentillas a microorganismos anaerobios y aeróbicos que comen cada día en las depuradoras. Cuando acabaron su digestión se encontró que habían variado enormemente los enlaces químicos, o sea que la presencia de esos bichitos, alteraba profundamente la composición de las lentillas al debilitar los enlaces en los polímeros plásticos.
Así se forma el microplástico. Primero se tira una lentilla por el desagüe, después llega a la depuradora. Allí pierde resistencia por el ataque de los micooorganismos y se quiebra su estructura. Se desmenuza cada vez en partículas más pequeñas. Y ya lo tenemos. Una acción poco responsable genera una reacción química.
A llegar al río o al mar, los seres vivos que allí habitan, lo confunden con un alimento, los ingieren y como son indigeribles, se quedan con ellos. Luego llega un depredador o un pescador, lo extrae de su hábitat, y la lentilla vuelve desintegrada a nuestra casa y a nuestro estómago.
Ya se emiten mensajes responsables: que la industria productora de lentillas incluya en los envases de sus productos una etiqueta en la que se explique qué hay que hacer para desecharlas correctamente. Solo hay que ubicarlas donde el resto de los desechos sólidos; que se investigue más sobre cómo las lentillas afectan la vida acuática para saber también a qué velocidad se degradan en un entorno marino.
Nosotros, que no somos investigadores ni somos nada más que inquietos terrícolas, creemos que desde hace medio siglo, hemos mutado a personas impulsadas por la filosofía del “usar y tirar”. Vivimos en un mundo en el que todo viene y se va con rapidez. Por eso, todo es efímero, también las cosas que usamos. Nuestra vida se prolonga. Sin embargo, la vida de lo que usamos, es cada vez más corta. La moda nos obliga a conseguir lo nuevo y tirar lo antiguo. El deseo dominante es el del cambio constante.
Todo lo que usamos, hasta nosotros mismo, sale del y vuelve al medio. Cuanto más tiremos, más lo contaminamos. El agua está en nosotros y está en el medio. Todo lo que tiramos la afecta.
De la misma manera que se habla de nuevas culturas del agua, también se sabe que vivimos en la cultura del bajo coste. En ella la producción y la comunicación son globales. El agua viaja con el producto y se vierte con el producto. Si se recicla, la recuperamos. Si no, la perdemos. Y además, el producto no reciclable invade las masas de agua y afecta a sus habitantes. Y como todo vuelve, nos afecta a nosotros.
Por otra parte, el consumo se convierte en la forma de construir nuestra identidad. Y se convierte en hábito, en una parte de la rutina doméstica de los individuos que componen la sociedad. Por ello, la economía se alimenta de la necesidad de generar altos niveles de consumo. Y es que sin ellos el colapso del sistema sería altamente probable.
Aquí estamos y aquí podemos introducir nuestros hábitos con las bolsas de plástico, los envases, la ropa… y las lentillas.
Toda la prensa hidráulica habló sobre el peligro de tirar las lentillas al inodoro. Nosotros también lo hemos hecho. Nuestra pequeña diferencia es que no le echamos la culpa solo a los fabricantes, al sistema capitalista o al comunista. Ni siquiera culpamos solo a los políticos y a los especuladores.
Apelamos también a la responsabilidad.
Las lentillas no son como son (las lentes con las mejor vemos la vida), y de hecho, incluso cuando son como son (objetos que pueblan los mares de microplásticos,) no lo son.
Pero sean lo que sean las lentillas, incluso cuando son y no son lo que son, son tu responsabilidad.
Lorenzo Correa Lloreda
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